21 de abril de 2012

La empatía: la experiencia de ponerse en el lugar del otro.



“No me importa saber si un animal puede razonar. Sólo sé que es capaz de sufrir y por ello lo considero mi prójimo.” Albert Schweitzer

Hay una “regla de oro” que ha atravesado el manual de supervivencia de todas las culturas a lo largo de la historia de la humanidad, léase a través de la religión, de la educación o de cualquier otra forma de transmisión de conocimientos. “No hagas lo que no quieres que te hagan” o, su versión proactiva, “haz lo quieres que hagan contigo”. Este precepto moral requiere de una capacidad de abstracción mínima que puede, y debe, complementarse con una herramienta que algunas personas usan más que otras: la empatía.
      
La empatía puede describirse, de manera sencilla, como la capacidad cognitiva, es decir, sensorial, de percibir en un mismo espacio lo que otro individuo siente. Asimismo, empatizar significa sentir que uno participa afectivamente en el entorno de otro ser, comprender que lo afecta. Es así que podemos entender a la empatía como una característica o una cualidad animal (sí, hay estudios que demuestran capacidad de empatía en otros animales no humanos) que nos permite saber qué le sucede a los demás individuos que conviven en un mismo espacio, y aquí voy a ser generoso y voy a llevarlo a la comprensión total de un ecosistema único llamado La Tierra. Porque en definitiva sólo tenemos una casa y es aquí, en el pequeño y pálido punto azul como lo describiera Carl Sagan, donde transcurre nuestra vida y la de los demás seres vivos que interactúan con los seres humanos hace miles de miles de años.

Han habido culturas que han interpretado muy bien esta capacidad fundamental para ejercer la regla de oro y han sabido extender el círculo de compasión a los demás animales que le han servido para tantos usos aparte de alimento, solamente apelando a la mención acerca de la capacidad de sentir que poseen todos y cada uno de los animales sobre la Tierra. Y allí es donde la sabiduría aparece como un justo regulador de los espacios vitales logrando que los instintos más desagradables, en forma de maltrato o ensañamiento aberrante para con los animales, no solamente los humanos, fueran deplorados o incluso, castigados con dureza. Hay una frase que sintetiza esta diferencia y fue pronunciada por el máximo exponente de la no violencia, Mahatma Ghandi: "Un país, una civilización, se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales.”

Puede resultar secundario atender estas cuestiones pero si así lo hiciésemos estaríamos cayendo en un fatal error. Los comportamientos y prácticas que el hombre adquiere se basan en la costumbre y en la repetición de conductas por imitación. Educar a nuestros niños y jóvenes en la defensa de los derechos animales humanos y no humanos nos permitirán extender ese círculo de compasión que nos otorgará la posibilidad de eliminar la violencia implícita en cualquier ámbito de nuestra sociedad.

Sólo basta con ver en lo que se han convertido hoy las prácticas de matanza y producción a escala de las factorías de la muerte que resultan los mataderos y granjas de animales. Asomar la nariz y ver cómo el hombre aniquila y maltrata a sus “hermanos menores”, resulta tan violento como perturbador. Tampoco puede escapársenos el estado en que se encuentran cientos de miles de animales abandonados en las calles de cualquier ciudad. Todos ellos provienen de la desidia estatal donde la prevención y la esterilización animal no ejercida sistemáticamente, así como también del abandono más cruel por parte de personas que no están capacitadas para asumir la responsabilidad de una tenencia y hacen de sus mascotas un producto comercial de descarte eventual.

Mucho menos podríamos entender cómo una “fiesta brava” tiene como eje central el fatídico proceso de tortura y destrucción física de un toro para goce de una turba fanatizada que sostiene su práctica en una excusa cultural, o el uso de pieles como vestimenta que denota un status económico que se encuentra diametralmente opuesto al status empático, puesto que conocer cómo se despelleja, o cría, a las criaturas que “ceden” sus pieles es igualmente violento. Podría poner cientos de ejemplos de la industria cosmética, farmacéutica, gastronómica, etc., que insisten en mostrarnos anestesiados empáticamente, pero ya resulta suficiente, si es que al momento han imaginado alguno de estos eventos que ocurren cotidianamente en nuestra casa, la Tierra.

Estamos en un proceso permanente de evolución y cambio que nos concede la posibilidad de evaluar nuestras carencias y proponer mejoras en nuestro sistema ético que nos permita acercarnos a la Ilustración que describía Immanuel Kant como “la liberación del hombre de su culpable incapacidad”, entendida como la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro, y “no por falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la ilustración.” Es este último estadio donde el hombre podrá prescindir de la violencia para dirimir sus controversias y llegar a acuerdos pacíficos y entendimientos que le permitan coexistir sin necesidad de eliminar al otro, a la vez que pueda comprender que todo animal que siente, aunque no razone con la misma capacidad, es poseedor de los mismos derechos. No hay otra forma más contundente de alcanzar este convencimiento que mirando a los ojos de nuestro prójimo animal y contemplar en él, el temor, el dolor o incluso, el amor.

Me gustaría que puedan mirar a los ojos a cualquier animal que tengan cerca, incluso humano e intenten hacer el ejercicio de ponerse en los pies, o patas del otro, sin importar la cantidad de pelos, plumas o escamas que tengan. Es el principio de un cambio que no tiene vuelta atrás, puesto que como decía Anatole France: "Hasta que no hayas amado a un animal, parte de tu alma estará dormida." Despierta esa parte de tu alma que te permitirá extender tu círculo de compasión al resto de los animales y darles la posibilidad de dotarlos de derechos. Sólo depende de tu voluntad y tu capacidad de poner en práctica la empatía. Así es como luego de vivirlo en carne propia, he tomado como principio de vida una frase que pronunció un abogado norteamericano del siglo XIX, pionero defensor de los derechos animales, George T. Angell: "A veces me preguntan: ¿por qué inviertes todo ese tiempo y dinero hablando de la amabilidad con los animales cuando existe tanta crueldad hacia el hombre? A lo que yo respondo: estoy trabajando en las raíces".

Foto del afiche de la película Earthlinks. Un buen comienzo para comenzar a practicar la empatía.

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