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16 de agosto de 2021

Homenaje al Libertador Gral. don José de San Martín a 171 años de su fallecimiento

Por el Dr. Mateo Grimaldi

Monumento en Plaza San Martín
Recordar el legado del Libertador Gral. José de San Martín es una costumbre que tenemos los argentinos, que tiene su punto culminante los días 17 de agosto de cada año. Y digo punto culminante porque su figura nos acompaña –tal vez impercetiblemente- mucho más de lo que solemos advertir. En efecto, tenemos a San Martín siempre cercano: en la manipulación de los billetes de la moneda nacional (curiosamente de un reducido valor nominal y real de tan solo $5), en la designación de calles, avenidas, plazas y monumentos que frecuentemente transitamos, y en el brumoso recuerdo de nuestros años de la escuela primaria, donde su imagen de Padre de la Patria nos era transmitida por el cuerpo docente en la forma más variada: cuadros, afiches, dibujos, bustos, estampillas, canciones, clases alusivas, discursos, actos conmemorativos, y un sinnúmero de versiones que, con el tiempo, nos dimos cuenta que tenían una finalidad.

Esta presencia constante en el trajín diario no la podemos apreciar en su totalidad dado el frenético ritmo de nuestra vida urbana, rebosante de prisa, ansiedad e insatisfacción, pero que encuentra, en un día feriado como hoy, una pausa propicia para una breve reflexión. ¿Está hipertrofiada la figura de San Martín? ¿Es correcta su caracterización como Héroe Nacional?

Por de pronto, podríamos descartar la versión insinuada en su himno de haber recorrido un derrotero rectilíneo, despejado y siempre ascendente, cuando dice: “De la tierra del Plata a Mendoza / de Santiago a la Lima gentil / fue sembrando en la ruta laureles / a su paso triunfal San Martín” ¿Por qué? Porque Cancha Rayada existió, porque la peligrosidad y dureza del enclave realista en Talcahuano existió, y porque la reticencia de los poderes públicos a seguir sufragando la campaña libertadora hacia Perú, también existió.

El reconocimiento a su talento fue escaso o casi nulo, y las diatribas lo acosaron. No por nada, se confesó con bastante pesar a Tomás Guido en estos términos: “¿Cree Ud. que tan fácilmente se haya borrado de mi memoria los horrorosos títulos de ladrón y ambicioso que tan gratuitamente me han favorecido los pueblos que hemos libertado?... confesemos que es necesario tener toda la filosofía de un Séneca, o la imprudencia de un malvado para ser indiferente a la calumnia…” Es interesante destacar que habla en plural de “… los pueblos que hemos libertado…”, con obvia alusión a los localismo de Chile y Perú, y no solamente los intereses económicos que lucraban con el puerto y la Aduana de Buenos Aires, y que les era demasiado costoso tributar al incipiente Estado en formación, para que pudiera aportar del Tesoro los fondos para las campañas en Perú, área muy alejada de sus negocios.

Y aquí aparece una de sus tantas virtudes: soportar estoicamente y en silencio los agravios de sus contemporáneos, confiando en el juicio imparcial de la posteridad. El polémico y sagaz Sarmiento lo percibió claramente en su encuentro personal con el Libertador. Dijo el sanjuanino: “Hay en el corazón de este hombre, una llaga profunda que oculta a las miradas extrañas, pero que no se escapa de los que lo escudriñan.”

No es casual que esta afirmación fuera emitida cerca ya de la mitad del siglo XIX, cuando ya asomaba el impulso a la unificación nacional. A partir de allí aparecen muchas narraciones biográficas del Gral. San Martín, que ven representado en él, el afán de superar las luchas intestinas, y cristalizar el proyecto unificador. ¡Quién más idóneo que él para guiar con su ejemplo de vida ese proyecto! Tampoco es casual que la repatriación de sus restos aconteciera en 1880, año en que, con la superación de los conflictos interprovinciales, se produjera la consolidación del Estado Nacional.

Quiere decir que en el transcurso de las 3 décadas posteriores a su fallecimiento (y no antes) San Martín emerge como emblema de la disolución de los antagonismos internos, dada su obstinada negativa a participar en los conflictos civiles de la 1° mitad del siglo XIX. Así adquiere “post-mortem”, el carácter de artífice máximo del sentimiento de argentinidad naciente, no obstante haber tenido una clara visión continental de la lucha emancipadora, en conjunción con los nuevos Estados americanos emergentes.

Más adelante, y ya comenzado el siglo XX, orientaciones ideológicas y políticas del momento hicieron que la imagen de San Martín se compactara, se espesara hasta casi petrificarse, dándole un carácter “sacro”, y presentándolo como un oráculo generador de respuestas graves, solemnes e infalibles, que inhabilitaban de por sí cualquier atisbo de evaluación crítica de su desempeño. Era tal la altura de sus estatuas, tal el frío de los materiales que las componían, que, en muchos argentinos se fue desdibujando su condición de semejante.

Entonces, volviendo a la pregunta inicial ¿es correcta su caracterización como Héroe Nacional? Creo que sí. Pero como Héroe surgido del ADN del “homo sapiens”, ADN que compartimos todos, pero que en muy pocos casos suele generar personalidades como la suya.

Combinar la calidad de su campaña militar emancipadora, con las enfermedades que lo afectaban (úlcera gastroduodenal, cataratas, fiebre tifoidea, reuma, asma) no es para cualquiera. Tener una escala de valores donde la libertad tiene su prioridad máxima, y no sólo declamarla, sino cumplirla, no es atributo del dirigente político común. Optar por el destierro voluntario para evitar involucrarse en las luchas internas, y mantenerlo aún cuando estaba a punto de desembarcar en un esperanzado viaje de regreso, tampoco. Soportar las injurias, diatribas y difamaciones, y su consecuente impacto de amargura, decepción y agobio en su persona, expresa la entereza de sus convicciones.

Y en lo que respecta a la eterna polémica de algunos historiadores en la evaluación documental de su afiliación masónica, quiero destacar un contenido que surge de la misma pluma del libertador. Algunas de las Máximas dedicadas a su hija Mercedes son familiares en la Masonería, muy familiares…, pero pueden ser objeto de discusión por ser genéricas y poder estar compartidas por otras asociaciones: Por ejemplo: Amor a la Patria y a la Libertad, Amor a la verdad y odio a la mentira. Pero ¿qué hay de los siguientes? Indulgencia hacia todas las religiones. Hablar poco y lo preciso. Acostumbrarse a guardar un secreto. ¿No forman parte acaso del código ético básico y explícito de este colectivo cuya dimensión temporal cubre ya varios siglos, y cuya dimensión espacial se expande a todos los confines del mundo?

Por ello hoy, en nuestro carácter de hombres libres guiados por sincera convicción, rendimos digno homenaje al Libertador General don José de San Martín en su condición de Héroe Nacional, idóneo convocante a un consenso de objetivos básicos comunes a todos los argentinos y factibles de realización, donde el disenso pueda solamente ser interpretado como práctica legítima de la libertad de expresión, y donde la unidad pueda convivir con la diversidad.

6 de noviembre de 2011

Tírenme.

Yo estaba encandilado por las luces del patio. Me puse la mano izquierda a modo de visera y miré hacia arriba a la izquierda, al contrafrente de dos de los edificios: nada. Después hubo otro grito más, del mismo sector:
—¡Gordo puto, empleado de Clarín!
La gente empezó a moverse inquieta, en los asientos, y hubo un murmullo general.
—¡Aguante 6, 7, 8!! –un grito más.
—¿Por qué no bajan a discutir acá? –se indignó uno de los asistentes.
Entonces desde las sombras dejaron de escucharse gritos y comenzó una pequeña lluvia de piedras.
Fue instintivo: yo podía suspender la charla por unos minutos o seguir. Elegí seguir hablando.

Estábamos en el patio de la sede de la Universidad de Palermo, frente a unas 400 personas, en un acto sobre la libertad de prensa. Me tocó hace unos meses encabezar una encuesta nacional de Fopea sobre mil periodistas en la que resulté elegido como el mayor referente de la profesión, seguido de Nelson Castro, 

Nadie y Rodolfo Walsh. Víctor Hugo Morales, Horacio Verbitsky y Magdalena Ruiz Guiñazú completaron los primeros puestos y fueron invitados al debate. Nelson estaba en ese mismo momento al aire en su programa en vivo, Verbitsky y Morales se negaron a concurrir. Y ahí estábamos: 400 personas escuchando y tres, quizá dos, tirando piedras. Fue un hecho menor, pero quiero contarles los detalles de lo que pasó antes y después, porque a veces los hechos menores hablan más de la vida real que los grandes gestos.

Promediada la charla, alguien preguntó por la situación del periodismo en Venezuela. Estuve hace unos meses en Caracas, invitado por el Colegio Nacional de Periodistas, y pude ver de cerca el tema. Magdalena me cedió el micrófono para responder: hablamos del “national and popular philosopher” Laclau y su teoría sobre la inexistencia del periodismo (Laclau, que interrumpió su estancia de treinta años en Londres para grabar unos programas del canal Encuentro y recomienda para países subtropicales como la Argentina la reelección indefinida, tal vez basándose en la Teoría de los climas de Montesquieu).

—El fondo filosófico es el mismo –dije– pero en Venezuela se ha pasado el límite de la agresión física. En el primer semestre de este año hubo 163 atentados denunciados contra periodistas; patotas –orgánicas y no– del chavismo los esperan en la puerta de los diarios o los canales.

Pero esta no era la única escena de la noche del jueves: en paralelo, y por el aire de Twitter, cientos de mensajes ya hablaban del incidente con las piedras. Las consideraciones personales de los tweets son lo de menos, de modo que voy a reproducir aquí sólo algunos y más que nada “los en contra”. Para ser justos, aclaro que los mensajes de solidaridad y condena a los piedrazos fueron los más; pero los que se alinearon apoyando a las sombras no fueron pocos. Y esos son los que me interesan, porque es ahí donde anida el huevo de la serpiente.

Twitteó con intuición y buen olfato el crítico de cine Gustavo Noriega: “A ver si se dan cuenta: hay una conexión entre que el Estado financie El Pacto y que un par de boludos les tiren piedras a Magdalena y a Lanata”. “Si a Lanata y Magdalena los insultaron los vecinos de Palermo no quiero pensar cuando pinchen una goma del auto en el Conurbano”, posteó cronopio83 Aldo Raponi. A esa altura los tres de-subicados en un contrafrente de Palermo se habían transformado en “los vecinos de”, una especie de Fuenteovejuna.

Con los mismos elementos pero actitud más profesional, el periodista Nicolás Wiñazki twitteó: “Aguante 6, 7, 8 también gritaron los que tiraron piedras a Lanata. Fueron como diez piedras. No hay lastimados”.

A esa altura la “noticia” llegó a los medios electrónicos: “En 6, 7, 8 intentaron justificar la agresión a Lanata por decir que su verborragia incitó a la agresión. Flojito, no?”, twitteó “franciscoaure”. Un “victorhugo590” registrado como Víctor Hugo Morales –que algunos afirman es un “fake Morales”, aunque no se conoció públicamente desmentida alguna del relator deportivo– dijo: “No me sorprende que arrojaran piedras sobre gente como Jorge Lanata o Magdalena Ruiz Guiñazú. El pueblo se expresa como puede”.

Al poco tiempo yo ya estaba cerca de ser el verdadero culpable. ¿Qué hacía mi cabeza atrayendo piedras, eh?

“Testigos sospechan de que haya existido una verdadera agresión al periodista Jorge Lanata. Estilo radio”, twitteó gerarfernandez. “Alumnos de la Universidad de Palermo sospechan del origen de la agresión a Lanata”, concluyó @pimboleto, Daniel Ventura.

Y hasta hubo lugar para el cinismo: mientras todos los medios oficiales ignoraron por completo el incidente, Javier Romero (un asistente de Sergio Szpolski que se dedica en Diario Registrado a calumniarnos día por medio en Internet) quiso curarse en salud: “Quien le tira piedras a un periodista ataca a la libertad”, copió en su mensaje de un sobrecito de azúcar. La diferencia del peso específico entre un puñado de piedras y el habitual balde de bosta que significa Diario Registrado son notables.

La noticia, con sus versiones y contraversiones, duró un día más en la red.

Algunas consideraciones sobre la noche del jueves:

1)Un hecho aislado no puede, necesariamente, ser confundido con una política: en todos lados hay locos sueltos. Pero una política sí puede estimular que el hecho aislado se produzca: cuando la Presidenta identifica u hostiga, con nombre y apellido a los periodistas que ella imagina como “enemigos”, puede haber uno, o diez, o cien militantes freaks dispuestos a quedar bien con la Jefa. Nadie recuerda, por ejemplo, condena alguna del Gobieno cuando militantes de las Madres de Plaza de Mayo escupieron los retratos de varios periodistas del país, acusándolos de complicidad con la dictadura.

2)“A veces pienso si no sería necesario nacionalizar los medios de comunicación, que adquieran conciencia nacional y defiendan los intereses del país. No seamos más tontos, no dejemos que nos envenenen y nos mientan”, dijo Cristina en un acto en Mercedes. “Los medios son cómplices de la política de entrega y subordinación”, agregó. “La libertad de expresión no puede convertirse en libertad de extorsión”, dijo también.

¿No le tiraría una piedrita a Lanata para complacer a Cris y defender al pueblo?

3)Al mensaje oficial “en on” se le suma la catarata de propaganda producida en la “Konzentrationslager Gvirtz”; hay más de cincuenta medios de comunicación paraoficiales, sin contar los blogs kirchneristas, los programas de televisión y radio acólitos y la vergüenza nacional de “Fútbol para Todos” (¿para cuándo Libros para Todos, o Agua para Todos o Comida o Justicia para Todos?).

4)No he recibido –y, por favor, tampoco espero– comunicación oficial alguna sobre el hecho. Sí de decenas de ONGs, público en general, periodistas, un comunicado de Adepa y muchos otros. El abanico de los 50 a 70 ¿u 80? medios de comunicación oficiales o privados (plata del pueblo que vuelve a Szpolski, Gvirtz, etc.) silenció el asunto con cuidado. Recordé el viernes la cara de mi tía Nélida diciéndome “El que calla otorga”.

5)Mientras se siga presentado al periodismo como “enemigo del pueblo, se le echará más leña al fuego. Es una democracia que a veces, desgraciadamente, parece una dictadura: la noche anterior a las piedras, 6, 7, 8 hizo otro goebbeliano informe sobre unas columnas de Martín Caparrós en El País y un comentario mío sobre Cristina en la Cadena Ser: lo titularon “Campaña Antiargentina”, del mismo modo que la dictadura tituló a las denuncias de los organismos de derechos humanos en el exterior sobre los desaparecidos. Martín estaba indignado:

—Es cierto –me dijo. Yo estuve en la campaña antiargentina en el Exterior. Fue en el ’77 o ’78. Yo fui uno de los exiliados que denunció a la dictadura. Pero nunca me imaginé que treinta años después la democracia iba a utilizar las mismas palabras.

Ni los dictadores, ni los presidentes, ni los gobiernos, representan exclusivamente a la Argentina. Son parte de ella, conformada también por los que piensan distinto al pensamiento oficial. Los afiches de Cristina hablan de amor, pero en varias ocasiones la Presidenta y su entorno ejercen el odio, o lo estimulan. Los acólitos –que para eso están– sobreactúan; escriben panegíricos, manipulan frases ajenas, cualquier cosa para lograr la distante sonrisa de la Jefa, un registro automotor, un plan, una caja regular de alimentos no perecederos. Y hay también, cómo no reconocerlo, quienes dan hasta la vida por sus pensamientos, como muchos dieron en su momento “la vida por Perón”. No volvamos a tropezar con la misma piedra.

Por Jorge Lanata para Perfil.com

20 de octubre de 2009

Putos.

Vale la pena pensar esos insultos, detenerse, parar la pelota y aplastarla contra el piso. Aunque sea para tratar de entender el vómito de odio y la promesa de revancha contra “los medios” (esa entelequia). Aún cuando hay progresistas que le niegan importancia a lo que definen como un mero problema de malos “modales”, esta sociedad debe diagnosticar las razones del odio cuando esa emoción fuerte y terrible se muestra desnuda, sin maquillaje. Cometido nauseabundo, pero de perentoria necesidad: ¿por qué brotan esos fluidos malignos, esa expectoración espesa y repelente?

Maradona no es Maradona. No es, al menos, sólo Maradona. Cuando de sus ojos encendidos de ira maligna emerge la promesa de vendetta, vemos más que su corta y ancha silueta. Ratificada su proverbial inquina contra la prensa, no sirven los alegatos corporativos genéricos en defensa del oficio periodístico. No en este espacio, no con esta firma, no en mi nombre.

No me preocupa que un mero técnico de fútbol expela sin control de esfínter su ira eterna contra cronistas balbuceantes y obvios, ni contra relatores demagogos y prebendarios. Zamarrear a la tropa de muñecos de torta que lo llamaban “dios” o “el 10”, está en la naturaleza bárbara de mucho de lo que acontece en la Argentina. El problema proviene de otra parte y suscita interrogantes mayores.

El vómito de desprecio al periodismo (y no sólo a los muchos mediocres y prescindibles que lo perpetran) replica un clima que ha penetrado el discurso cotidiano de la Argentina.

Lo que Maradona demostró tras la derrota del seleccionado uruguayo de fútbol es que los Kirchner han tenido éxito en su pertinaz y dilatada campaña para dañar al periodismo argentino. Néstor Kirchner se hizo conocido por su apotegma célebre, que ha quedado en letra de molde impresa con tinta: “Los periodistas son unos pobres tipos que me dan lástima”.

Esta obscena regurgitación de vitriólico resentimiento evidencia la matriz autoritaria del discurso “contra-los-medios”. La vomita quien ha vilipendiado en público a trémulos periodistas jóvenes, pero acompañado de corifeos que le hacían el “aguante”. Kirchner retaba a los reporteros y los amenazaba en términos patoteriles: yo-sé-quién-te-manda.

La esposa de Kirchner ha sido más cáustica, pero igualmente despreciativa: en más de una oportunidad la Presidenta dio lecciones de periodismo a los incorregibles escribas que le preguntan lo que ella no quiere contestar, docencia que no ejerce cuando se deja reportear por Naomi Watts o por medios de países centrales que la fascinan con la promesa de celebridad.

Ambos, a su manera y con sus recursos culturales, han perfeccionado el arte de agredir y la noción de que la información y quienes a ella se dedican somos merecedores del infierno, en la forma del escarnio directo o –al menos– de la negación más cerril.

Los Kirchner encarnan el sueño de un país sin periodistas. Como nos dijo esta semana el diputado Agustín Rossi en Le doy mi palabra, los periodistas somos una gente digna de desprecio porque nos dedicamos a incomodarlos. Este poder instalado desde 2003 no quiere gente de prensa que produzca incomodidad a quienes retienen las palancas de mando. Este poder quiere un mundo sin tipos incomodantes.

Más truculento aún, reclutaron para verter sus viscerales desprecios a una nutrida corte de profesores universitarios y habitantes del mundo del espectáculo que ahora atacan con fruición a los “grandes medios”, que viven convocándolos y entrevistándolos, pero a los que, extrañamente, quisieran ver liquidados. Hay que decirlo: una falange de actores, músicos y docentes de ciencias sociales, acompañados de una también considerable escuadra de periodistas, han sentido lúgubre pasión por volverse en contra de los medios como totalidad. Disfrutan una curiosa sensación de revancha consumada cuando desde el aparato del Estado se despotrica sin matices ni contexto contra el periodismo, un oficio en el que sólo ven mercenarios.

También en el Congreso, caja de repercusión del clima de época, variados exponentes del zoológico político nacional creyeron conveniente y oportuno asociarse al escarnio del periodismo. Representativo del fenómeno es Ramón Saadi, siempre oportuno aliado de los Kirchner, convencido de que el periodismo “le” armó el caso de María Soledad Morales y que, al igual que muchos otros legisladores, tartamudea arquitecturas dialécticas destinadas a mostrar lo diabólicos, todopoderosos, manipuladores y mentirosos que somos los periodistas.

Los Kirchner y Maradona insultando al periodismo generaron sus émulos menores, viejos rencores ya rancios pudieron ser expelidos y ventilados. Tan alevosa y deliberada es la decisión oficial de ir “a por los periodistas”, que el Canal 7 manejado por la Casa Rosada emite un programa de propaganda oficial donde gente pagada por el Estado se consagra a diario a rebuznar contra los medios.

Así se comprende a este Maradona con el pelo teñido, su balón intragástrico y siempre reemplazables aros de brillantes, infaltables aunque el fisco italiano se los arranque a cuenta de lo que quedó debiendo y no piensa pagar. Ese “dios” que derrama odio y violencia es un epifenómeno retardado de este tiempo de desprecio. Agréguesele el infaltable epíteto que demuestra qué “progresista” este admirador de Fidel y el Che: los periodistas somos “putos”, dice, frase que le sale de la misma boca que elogió en público y desde su propio show de TV al convicto y confeso golpeador de mujeres Mike Tyson.

Para un país para cuyo Gobierno y cortesanos el mundo sería mucho mejor sin periodistas, nada mejor que un odiador empedernido como Maradona. Lo mismo se fotografía con Menem que con Cristina Kirchner, sabedor de que, en una de ésas, no hay grandes diferencias. Enuncian y postulan un odio oscuro y ominoso. Nada demasiado diferente a lo que Yabrán percibiría en José Luis Cabezas: el informador como enemigo. Eso somos al parecer hoy los periodistas en la Argentina: el enemigo. O como diría el “dios” Maradona, unos putos.

Por Pepe Eliaschev, para perfil.com