Marta cuenta que tras quejarse por años una mañana la iluminó una idea simplísima. La de que el país podría mejorar "bien rápido" si quienes abusan del Gobierno o patinan en el Congreso se sintieran no deudores de un voto ya emitido sino del propio ciudadano presente y puntual. Que de las vanas quejas deberíamos pasar a un contundente reclamo. Que bombos, cacerolas o rogativas a las Etéreas Señorías Sordas, no servían de nada. Lo efectivo era plantar cara ante el mismísimo chanta confirmado.
Opiné que era loable pero utópica su gesta lo que llevó a Marta a calificarme de pesimista. "La prensa debería ser portavoz de actitudes de este tipo y no bajar los brazos. Esta práctica llevará su tiempo y deberemos hacerla todos, pero de a uno. Me entiende? Y de a uno, no en grupo, pues esa es su fuerza. Hay que detectar y caer sobre el corrupto y avergonzarlo donde sea y ante quien sea. Identificarlos como se hacía con los genocidas al descubrirlos en un restaurante. Pero lo mío es individual. Tras presentación gentil, correcto pedido de escucha, y papeles en mano, les exijo explicaciones sobre trámites oscuros y absurdos públicos en los que hayan incurrido.
Marta ya tiene sitio de reunión y unos primeros acólitos con quienes enumeran en listas los vicios sociales más intolerables y los personajes responsables de casos flagrantes mantenidos en el freezer del Poder. En un libraco apuntan sus domicilios, horas de salida de Sus Despachos, agenda de actos en donde llegar hasta ellos es factible. Se trata de evitar alcancen su automóvil o alguna puerta lateral. Marta se tiene fe. "Solo nos queda la cívica lucha individual. Lo masivo fracasó" dice (casi inaugurando una corriente política). "Sólo sirve para que a unos pobres ingenuos los muelan a palos y los judicialicen". En su plan, en cambio, el indignado solitario, sin bombo, y blandiendo pruebas, golpea en el centro mismo del delito social: el chanta, el traidor, el acomodado, el corrupto. Una protesta mono foquista que acorrala al impune de turno y concientiza a los curiosos que nunca abren su boca por nada. Ella confía en su proyecto y tiene famosas acciones en su haber. "¿Sabe con quien debuté?" Y va al grano: "Con el doctor Roberto Alemann, el ex ministro de Economía. Menem se había cargado el ferrocarril y él por televisión elogió la medida de un modo retrógrado. Se le hizo ver que la gente del interior ya no tendría con que viajar, a lo cual Alemann respondió "pues que viajen en avión". Y tras recordárselo en voz alta en plena avenida Callao, se ensañó preguntándole si no le daba verguenza. Alemann se turbó, le pidió perdón y se alejó hecho un tomate. A Elsa Serrano, modista de los Menem, la atrapó cuando a poco de declararse en quiebra la pescó en Ezeiza con 15 valijas repletas. No supo que decir y salió corriendo entre los bultos.
"Quien no pudo contenerse fue Miguel Angel Broda, al que encontré de diálogo florido con dos personas en la esquina del Sheraton. Le recriminé que desde su Calificadora de Riesgo diese puntuación alta a varios bancos que quebraron días después. Su reacción confirmó el dato pues solo dijo: "Porque no te vas a la puta que te parió". Tengo muchas y diversas. "Hace poco paré al periodista Maxi Montenegro en Diagonal Norte y le pregunté porque grita, se repite y no deja hablar a sus invitados en TV. Me prometió que cambiaría de estilo. No se si lo hizo. Ahora estoy tras Aníbal Fernández: "Fijesé que llegó a decir que la inseguridad es "una sensación". Un tipo al que cuidan 8 monos y dos autos. ¿Hay cinismo mayor?".
Marta podría instalar una higiénica costumbre en el paisaje cívico del país. Y en ese caso, merecería una Medalla de Ciudadana Ilustre. Pero ya se sabe lo justos que somos. Ni a mi entrañable amigo Alberto Kattan se la dieron. Nunca conocí a un hombre privado más público que él. Un justiciero anónimo desde el amanecer a la noche. Un ejemplar de la Constitución hecho carne. Su ansiedad por verla cumplida lo compelía a ocuparse de lo que otros se desocupaban. Como abogado no dejó día sin hábeas corpus, denuncia, defensa. En los 70 un grupo japonés vino a comprar y sacrificar tres mil pingüinos para experimentar hamburguesas más afines al paladar nipón. Kattán, Santo del Medio Ambiente, fué y plantó rápido un insólito recurso de amparo. El juez lo llamó, le preguntó si estaba loco y exigió retirase el documento. Kattán se negó y el novísimo diferendo acabó en la Corte. Los tres mil pingüinos salvaron sus vidas y Kattán obtuvo eco mundial por crear las bases de los llamados Derechos Difusos que lo llevaron a la gloria del Museo de la Ley, en Colorado, EE.UU. De haber cundido su ejemplo hoy seríamos un país más prolijo. Pero no, y es de lamentar (y me incluyo en la culpa) Solo hubo un Alberto Kattán. El solito. Y sus riñones hechos pulpa en la salvaje represión de la Noche de los Bastones Largos de Onganía.
Ahora, mezclada en la masa agria y gris de Buenos Aires camina avizora Marta la Opositora Solitaria. Su fin es darle una filípica a los que se nos ríen en la cara mientras nosotros, autistas sublimes, sorbemos café lagrimeando "Qué país éste".
Por Esteban Peicovich para Perfil.com