22 de octubre de 2011

Idealista en construcción.




En un mundo donde la gente vive alienada y se somete a la tiranía de la rutina, el consumo y la adoración del dinero, difícilmente pueda sentirme cómodo. Así es como siempre he sido visto como el raro, el idealista, el que pretende un mundo ficticio que no podría nunca ser concebido desde la codicia del hombre.

Es absolutamente cierto. Soy idealista porque pretendo ser parte de un mundo mucho mejor que el imaginable. Pero no me quedo con esa instantánea virtual o fantástica. Imagino como un arquitecto imagina a su obra terminada. Miro el terreno, analizo cuáles son las formas de limpiarlo y organizarlo de tal manera que pueda comenzar una construcción con cimientos sólidos y bases firmes.

No me quedo en la protesta ni mucho menos hipotetizo sobre cuestiones que no entiendo demasiado. Para ello tenemos nuestra capacidad de relacionar conocimientos y adquirir nuevos. No me limito a lo que se. Busco la información que me permita desarticular todas los por qué y los cómo. Y es aquí donde la cosa se pone más difícil porque bien sabemos que nuestra finitud atenta contra nuestra humilde o megalómana voluntad (según quién sea el idealista) de querer ver nuestra obra terminada. Por ello, siempre he de tener claras las palabras que Mahatma Ghandi elegía para hablar de la inmanencia, la trascendencia y la acción correcta:
"Lo importante es la acción, no el resultado de la acción. Debes hacer lo correcto. Tal vez no esté dentro de tu capacidad, tal vez no esté dentro de tu tiempo que haya algún resultado. Pero eso no significa que debas dejar de hacer lo correcto. Tal vez nunca sepas cuál es el resultado de tu acción. Mas si no haces nada, no habrá ningún resultado."

Así es como un idealista responsable hará lo posible por encontrar en la conciencia a su aliada y así utilizar dos herramientas fundamentales para exponenciarla al infinito: la empatía y la tolerancia. Tomar conciencia es un proceso individual en el cual la persona alcanza un nuevo conocimiento que modifica su conducta ampliando su espectro de comprensión para con su entorno y para con los demás individuos. Crear conciencia, en cambio, es la acción de propagar nuestra conciencia hacia los demás, acerca de los temas que le interesan a la humanidad como raza, en relación a su única casa y a todo lo que habita en ella.

La propagación o vectorización utiliza sí, esas dos herramientas fundamentales como la empatía y la tolerancia. Empatizamos con aquello que comprendemos como nuestro prójimo, ya sea adversario, enemigo, presa o depredador. Nos ponemos en los pies (o patas), del otro para intentar hacer una mirada comprensiva de su realidad y de su entorno, sus miedos, sus gustos y sus necesidades. Podemos empatizar con todo ser vivo que sienta como nosotros y ello ocurre con cualquier animal, así que comenzar por comprender que tenemos prójimos con más pelos, o plumas, o escamas, es la base de esa empatía que debemos aplicar. Y a partir de ese momento es cuando recurrimos a la tolerancia, que no es vernos como superiores y aceptar del otro lo que no nos gusta, sino poder comprender el por qué de su conducta y entenderlo cuando se ve desbordado por una realidad que lo supera.

Entre la empatía y la tolerancia podemos ir acercándonos hasta la bestia más salvaje y, en este punto, prefiero hacer foco en los animales humanos con rasgos fanáticos. Aquellos que hacen del dogma una verdad incuestionable y se dejan llevar por las malas pasiones que ponderan el culto a la personalidad, a una idea o a una religión. Piensen qué pasa cuando uno dice tener la verdad que otro reclama. Las verdades no se pueden alcanzar cuando los dogmas las enmascaran y las convierten en piedras inmutables.

Así es como la humanidad se ha desangrado en luchas por esa verdad que siempre fue, es y será relativa, puesto que cambia de perspectiva siempre que cambie el observador. Les pido que hagan el ejercicio de preguntarles, a las personas que ustedes elijan, qué es lo que entienden por amor. Las respuestas serán siempre diversas. Es la ontología particular que cada uno le da a lo que considera, en este caso, el amor. Combinado con la pasión, un dogma llega a ejercer la violencia y dejar de lado todo intento de racionalidad. La pasión es una reacción humana que pareciera provenir desde nuestro aspecto más irracional, aunque siempre sentimental. Por ello, dominar las malas pasiones, nos permiten dar rienda suelta a las buenas pasiones, entendiendo por ellas a todas las acciones que emanan de un espíritu alegre y amoroso.

Cuando una masa crítica de vectores de conciencia hayan logrado empatizar y tolerar con otra gran masa de potenciales vectores, el proceso se tornará irreversible y estaremos dispuestos a dar ese salto evolutivo como especie que nos permita superar las miserias, las maldades, la perfidia y la mayor de todas las desgracias en las que el hombre continúa en reproducir: la guerra.
Crear conciencia es sembrar semillas de curiosidad, es jugar a los juegos de la mente. Juguemos pues.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ey tio he estado echando un vistazo y me gusta tu blog demasiado, está muy currado, de verdad.

Soy nuevo por aquí, todavía no sé mucho sobre esto.. jej.

Si quieres echar un vistazo

www.libertadpazamoryrespeto.blogspot