Descartes hace agua. La razón patina. Un genocidio, un terremoto, una perversión, derrumba sus mejores axiomas. Hoy lo ominoso "racional" del imperio americano machaca la piel de Afganistán. Quieren borrarla del mapa. Es una mega noticia. Desde hace tiempo, una primicia permanente. Pero sobre ella solo arriban datos con cuentagotas. El mundo dedica portadas y páginas diarias a los parados de Europa y ni siquiera renglones a los incontables civiles que pulverizan las bombas racimo de USA. Descienden de aviones sin pilotos. Son conducidas por "razones" de Estado. Todo porque al planeta lo domina un animal fuera de quicio que un día inventa la razón y al siguiente el modo de utilizarla en su contra. Este esperpento no repara en gastos de destrucción. Acicateado por el miedo huye como sea y adonde sea sin importarle la ruina que ocasiona. Lo hace mediante los artilugios que diseñan los razonadores del Poder. En su demencia insiste en preguntarse si hay vida en otros planetas sin confirmar (para humanizarla) su existencia en el propio. Místicos, utópicos, juglares y campesinos claman por una historia moral. Pero al barco lo conducen mercaderes, tahures y guerreros. No hay palabra que acerque consolación. Por ahora, todavía, la Razón está en veremos. Desnuda. Pienso y aun no consigio existir entero. Espero, luego sobrevivo, es hoy la fórmula cierta y más próxima a la fragilidad de la especie. La esperanza consiste en creer que otra realidad es posible. Por ella sobrevivimos al lunes, a la guerra, al terremoto, a la corrupción, a los dioses, a lo que sea.
El operativo imperial contra Bin Laden sólo sirve para azuzar el hormiguero islámico. También el mundo (como el pez) por la boca muere. No hay rigor ni temblor. Atravesamos un campo minado con siglas y palabras de altísima sensibilidad: terror, islam, occidente, satán, bien, mal, justicia infinita, libertad duradera, fuego. No hay auxilio posible de la Razón: está fuera de servicio, es un témpano a la deriva. La furia de Estados Unidos llegó al paroxismo. La dependencia de la Otán, a la obsecuencia global. Más sinónimos fríos se agregan día a día al lenguaje del mundo. Los sustantivos flaquean. Los adjetivos engañan. Los verbos no verban. La decadencia del lenguaje es hoy mayor que nunca lo cual conspira contra el trabajo que deberá hacer la nueva generación para recuperar el timón de la especie en deriva. La historia ofrece lecciones por demás elocuentes que le sirvan de guía. Le bastará que ahonde en la mortal entrega al progreso científico que encegueció al siglo 19. Tamaño despiste derivó en las dos grandes guerras civiles europeas que se hicieron mundiales al lanzarse dos huevos de serpiente atómicos en Horoshima y Nagasaki. En este flamante y frágil siglo 21 asoman sombras parecidas. La tecnología pisa fuerte "toda la gran inocencia de la gente". Atónita, lo que al generalizar aún denominamos "humanidad" (o "ciudadanía" en los países con esbozos de vida democrática) aguarda lo porvenir sumida en un denso estupor. Ignora de que va "la cosa". Solo una fervorosa minoría (fuera y dentro) intenta ecualizar lo racional con lo sensible y mantener así bajo control pulsiones que vienen de lo oscuro de uno y de los otros. Esa minoría lleva encarnada la idea de que la esperanza en solitario no resolverá el dilema. Que solo aceptando a los nosotros "otros", dándoles la bienvenida y sumándolos, podrá esa esperanza dar sus frutos. Idea que no viene mal propagar, aunque haga calor y desgobiernen los Kirchner.
Por Esteban Peicovich para Perfil.com
Ilustración: Descartes, por Frans Hals.
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