
El operativo imperial contra Bin Laden sólo sirve para azuzar el hormiguero islámico. También el mundo (como el pez) por la boca muere. No hay rigor ni temblor. Atravesamos un campo minado con siglas y palabras de altísima sensibilidad: terror, islam, occidente, satán, bien, mal, justicia infinita, libertad duradera, fuego. No hay auxilio posible de la Razón: está fuera de servicio, es un témpano a la deriva. La furia de Estados Unidos llegó al paroxismo. La dependencia de la Otán, a la obsecuencia global. Más sinónimos fríos se agregan día a día al lenguaje del mundo. Los sustantivos flaquean. Los adjetivos engañan. Los verbos no verban. La decadencia del lenguaje es hoy mayor que nunca lo cual conspira contra el trabajo que deberá hacer la nueva generación para recuperar el timón de la especie en deriva. La historia ofrece lecciones por demás elocuentes que le sirvan de guía. Le bastará que ahonde en la mortal entrega al progreso científico que encegueció al siglo 19. Tamaño despiste derivó en las dos grandes guerras civiles europeas que se hicieron mundiales al lanzarse dos huevos de serpiente atómicos en Horoshima y Nagasaki. En este flamante y frágil siglo 21 asoman sombras parecidas. La tecnología pisa fuerte "toda la gran inocencia de la gente". Atónita, lo que al generalizar aún denominamos "humanidad" (o "ciudadanía" en los países con esbozos de vida democrática) aguarda lo porvenir sumida en un denso estupor. Ignora de que va "la cosa". Solo una fervorosa minoría (fuera y dentro) intenta ecualizar lo racional con lo sensible y mantener así bajo control pulsiones que vienen de lo oscuro de uno y de los otros. Esa minoría lleva encarnada la idea de que la esperanza en solitario no resolverá el dilema. Que solo aceptando a los nosotros "otros", dándoles la bienvenida y sumándolos, podrá esa esperanza dar sus frutos. Idea que no viene mal propagar, aunque haga calor y desgobiernen los Kirchner.
Por Esteban Peicovich para Perfil.com
Ilustración: Descartes, por Frans Hals.
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