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17 de diciembre de 2012

Teoría y práctica cristinista del "vamos por todo"

Por Beatriz Sarlo | Para LA NACION

Tanto se habla del "relato" que muchos aceptan que una narración todopoderosa sea la llave maestra del pensamiento K. Si por relato se quiere decir que Cristina Kirchner ha cambiado su propia historia personal, acercándose cada vez más al pasado que hoy le habría gustado vivir, en efecto, allí hay un relato embellecedor(militante setentista arriesgada, y no simplemente activista universitaria que se refugia en la Patagonia para reciclarse como abogada exitosa). Pero la eficacia de un discurso político no depende sólo, ni siempre, de una narración.

Es cierto que la política necesita de "ficciones", pero su discurso está muy lejos de agotarse en ellas. Hay más que relatos. Hay ideologías que no son reductibles a una secuencia de peripecias; hay conductas repetidas que se sostienen en discursos no narrativos.

Hay tradiciones e identidades, hay modos de pensar y de sentir: "formas de la mente", se las ha llamado. El relato es menos que todo esto; en realidad, el relato es posible porque todo esto lo organiza, le da una dirección, una moral, personajes. No al revés.

Un rasgo típicamente kirchnerista es la organización de los hechos según un esquema vertical de amigo-enemigo, donde el mal está definitivamente de un lado y el bien, el valor y la virtud, del otro. Amigo y enemigo pueden variar según los relatos que se utilicen para representarlos. Lo que no cambia es el eje del mal que los separa. Esta división clara y fácilmente comprensible es atribuida a la influencia de Ernesto Laclau y su teoría del populismo. Se simplifican demasiado las complejidades teóricas de Laclau. Sus textos no son guías para la práctica, sino interpretaciones.

Por eso, no me parece interesante demostrar que la Presidenta ha leído a Laclau, aunque haya recibido, según se deja trascender, su influencia intelectual. Los libros de Laclau demandan un entrenamiento en filosofía política y teoría psicoanalítica, de Schmitt a Lacan, parte baja. Los reportajes de Laclau, en cambio, son una versión sencilla de sus tesis principales, que no ponen a sus lectores en la obligación de entender una compleja teoría de la hegemonía. Los que siguen a Laclau por los medios (reportajes gráficos y en los canales públicos) pueden, más fácilmente, captar que la hegemonía consiste en que un sujeto o un interés particular se convierte, por la acción política, en representante universal. Justamente el sueño filosófico de Cristina: ella como nombre que sintetiza a todos y todas.

Quizás en fascinantes e hipotéticos diálogos entre la líder y su filósofo esto haya iluminado la matriz conceptual (preexistente) del cristinismo. Por otra parte, la intransigencia presidencial, su autocentramiento son anteriores a que el académico argentino radicado en Gran Bretaña se convirtiera en escritor faro de la teoría K. La Presidenta tiene una mentalidad política formada, como la de casi todo el mundo, con retazos que, además, se tejieron con su historia dentro del peronismo, sus experiencias de gobierno y las de su marido, y esa zona más difícil de definir, pero que pesa, digamos: un temperamento.

La Presidenta es una jacobina, a la medida, claro está, del teatro político local. Jefa de un gobierno sobre el cual caen muchas impugnaciones y sospechas, es una rara jacobina que prescinde de esa moral implacable, cuyo sostenimiento hizo que Robespierre recibiera el nombre de "el Incorruptible". Pero, como escribe Remo Bodei de los jacobinos franceses, está convencida de que gobierna en "circunstancias extraordinarias", provocadas por enemigos internos o externos, a las que, por lo tanto, corresponden "condiciones de excepción" en el ejercicio del poder. Para el jacobinismo las circunstancias son siempre extraordinarias, igual que para Cristina Kirchner. Los seguidores de la Presidenta, ese grupo de encandilados por la misión desmonopolizadora, ejercieron esta semana un jacobinismo a la medida de las posibilidades.

CARÁCTER ABSOLUTO

El "vamos por todo" tiene ecos jacobinos. Hay que detenerse en esa fórmula belicosa, que la Presidenta alienta. Quedará en la historia política junto con otras de igual carácter absoluto. No es simplemente una consigna. Quienes todo el tiempo analizan, justamente en los medios oficialistas, los discursos políticos opositores, no pueden, de buena fe, negarle su carácter amenazador. "Vamos por todo" dice lo que quiere decir, porque, además, no lo canta sólo la tribuna en un arrebato de entusiasmo. Allí están los planos de televisión donde la Presidenta la comunica, la pide, la celebra, la gesticula.

La historia argentina ha pasado por otros momentos del "vamos por todo": en 1955, cuando una alianza cívico-militar derrocó a Perón, también se fue por todo y vivimos 18 años de proscripciones, injusticias, golpes de Estado. La dictadura de 1976 también vino por todo; se pensó fundacional y, con esa certidumbre, también fue por miles de desaparecidos, muertos, presos y torturados. Nada une ideológicamente a la Presidenta con estos dos hechos malditos. Repito, por si no se entendió: nada une a la Presidenta con estos hechos. Sin embargo, cuando Cristina Kirchner se agita bajo el influjo del "vamos por todo", está pisando un territorio peligroso donde se excluye al otro.

Hay que tomar en serio el "vamos por todo". No es un relato, es una explícita declaración de intenciones. No es un subterfugio narrativo para engañar a partidarios ni a enemigos. Es algo que la Presidenta y sus lealesdesean y creen que puede obtenerse. Ir por todo implica no dejar nada a nadie: a los enemigos ni justicia. Así se cierra el círculo vicioso de la virtud jacobina en su versión criolla.

Pese a este temperamento político, ¿podría la Presidenta atenuar el rigor del "vamos por todo"? Cristina Kirchner no militó en la izquierda revolucionaria de los años setenta, una de cuyas fracciones, la pro China, leía a Mao Tse-tung. De allí viene uno de los más fieles escuderos de los Kirchner, que los acompañó en la larga marcha desde Santa Cruz hasta Buenos Aires: Carlos Zannini. También yo estuve en el maoísmo; lo aclaro antes de que alguien tenga que consultar mi carpeta en alguna parte.

Dos libros de Mao fueron sagrados en esos años: A propósito de la práctica y A propósito de la contradicción . Este último, sobre todo, publicado en 1937, se leía como un manual de acción política. Es un texto pensado para un gigantesco ejército y partido de origen básicamente campesino. Fue pedagogía de millones, y los maoístas occidentales lo venerábamos. En A propósito de la contradicción , Mao explicaba, como giro inédito de la dialéctica para convertirse en doctrina de multitudes, que, a fin de resolver correctamente un problema es necesario distinguir la presencia de dos tipos de contradicciones: la principal y las secundarias. El político (el partido) al diagnosticar la contradicción establece un campo enemigo y un campo propio, de amigos y, eventualmente, de posibles aliados. La contradicción principal debe regir todos sus movimientos. Si el político se equivoca en el señalamiento de la contradicción principal, su estrategia está destinada al fracaso. O sea que, pese a la simpleza del argumento, la ciencia del político es la de ese diagnóstico.

La Presidenta, durante todos estos años, parece moverse con la idea de una contradicción principal, que subordina todo lo demás. Esto fue bien evidente con la ley de medios audiovisuales. Pero, justamente (no se lo señaló Zannini, que quizá lo haya olvidado), pasó por alto todos los aspectos de esa contradicción y sobre todo se equivocó al convertir el enfrentamiento con Magnetto en su propia contradicción principal. Erró el diagnóstico, designó al Grupo Clarín como enemigo principal y subordinó todo lo demás a este enfrentamiento. Fue una especie de maoísta equivocada.

LA POLÍTICA COMO GUERRA

Es difícil no equivocarse si, a la trama hecha de complejidades superpuestas de la política actual, se la piensa en términos binarios, provengan de donde provengan. Hace muchos años, el dirigente e intelectual comunista italiano Pietro Ingrao discutió con los más doctos de la izquierda que leían a Carl Schmitt (una de las fuentes filosóficas de Laclau). Ingrao se oponía a una vulgata filosófica de Schmitt que identificaba política y guerra. Juan Carlos Portantiero me acercó entonces una intervención de Ingrao que llevaba como título "Contra la reducción de la política a guerra". Ingrao no responsabilizaba directamente a Schmitt de esa reducción fatal, sino que polemizaba con algunos de sus seguidores. Pensaba que éstos entendían la política "exclusivamente como dominación", cancelando las soluciones concertadas y la participación. Anulaban, de este modo, las fuentes de la legitimación política. En el fondo, Ingrao creía descubrir la amenaza de la fuerza. Si se concibe a la política sólo como enfrentamiento, se pasa por alto la articulación del poder en las sociedades del capitalismo avanzado. De este modo, se congela el conflicto y se obstaculiza el surgimiento de soluciones dinámicas, en evolución, porque todo se juega a una victoria final. Se tiene, finalmente, una idea estática de la hegemonía. Los planteos de Ingrao parecen hablar directamente al teatro político argentino y describir un modo de acción del cristinismo.

Cuando la Presidenta "va por todo" pisa el territorio del absoluto. Y el absoluto es siempre bélico, aun cuando las formas de la guerra no sean las de la violencia reaccionaria ni las viejas formas de la revolución. La agresividad de los discursos presidenciales no sería, entonces, sólo efecto de un temperamento político. Si un sujeto político "va por todo", ¿qué queda para otro sujeto que no forme parte de ese afortunado colectivo?

La reelección indefinida es necesaria para un "vamos por todo" extendido en el tiempo e irrevocable. Esto lo expresa claramente otra consigna K: "Cristina eterna", para la cual todavía no he encontrado una teoría diferente a la de las reelecciones indefinidas de otros países americanos y de las provincias argentinas. Habrá que consultar los manuales de filosofía política leídos por Alperovich.

CRISTINA DIXIT
Enfrentamientos en cadena nacional
En sus discursos, la Presidenta ha identificado con claridad a sus sucesivos antagonistas: el sindicalismo, los "medios hegemónicos", el Grupo Clarín y algunos periodistas, el FMI y los fondos buitres, las corporaciones y, en particular en los últimos tiempos, la Justicia, un reclamo impulsado por los ecos del 7-D.
  • "Cuando a algunos les fallan los fierros mediáticos intentan construir fierros judiciales para poder tumbar".
  • "Como Presidenta me comprometo a impulsar un proceso de democratización de la justicia"
  • "La cadena ilegal del desánimo y el temor tiene fecha de vencimiento: el 7 de diciembre"
  • "Me gustaría de corazón que todos los dirigentes, principalmente aquellos que dicen representar a los trabajadores, estuvieran preocupados por preservar y proteger las fuentes de trabajo"
  • "Mientras sea Presidenta se podrán quedar con la Fragata Libertad, pero ningún fondo buitre se va a quedar la soberanía y la dignidad de este país".
Fuente: La Nación

14 de enero de 2012

La idea del poder absoluto

El estilo de la Presidenta expresa su férrea voluntad de mando

Este gobierno no teme al ridículo. La Presidenta habla con diminutivos, invoca a los espíritus, intercala parrafadas sobre sus sacrificios y su entereza, se hace poner la banda por su hija, se emociona a lo grande, festeja sus propias ocurrencias y se da todos los gustos. Los gobernantes democráticos se caracterizan precisamente por lo contrario: se la pasan dando explicaciones, pedidas generalmente por la maldita prensa. Nada más afín a las estéticas televisivas que la Presidenta. No soy la primera que lo dice; lo dijo un empresario fabricante de éxitos, que pueden no gustar a quien esto escribe, pero fijan el meridiano del público. Sin duda, toda sobreactuación está asediada por el peligro del ridículo, pero el poder es el antídoto más fuerte que se conoce. 

Hoy es de mal tono aludir a algunos aspectos del look presidencial, como si fuera una mezquindad sólo perpetrada por insidiosos, que deberían bañarse en las aguas purificadoras de la amnesia y olvidar que la Presidenta dijo a los cuatro vientos que ella "se pinta como una puerta". Los partidarios de Cristina Kirchner, que se ocupa de su look con una minucia que exige inversión de tiempo (nadie habla de dinero, por favor, nadie habla de eso), consideran una afrenta que se mencione el tema. En un mundo donde hasta Nacha Guevara blanqueó sus cirugías, cuyos efectos antes atribuía a la meditación trascendental y la comida vegetariana, hasta en este mundo, no se habla.

Hay dos razones para callar sobre este punto. La primera es que se trata de la Presidenta, cuyo luto se ha trasmutado en potente soledad, su familia se ha trasmutado en aparato político y su autoritarismo espontáneo ha sido filosóficamente procesado como ejecutivismo fuerte. La segunda es que hablar de estas cosas produce un discurso banal: ¿con el ajuste y las paritarias por delante, con los "cumpas" kirchneristas de la minería a cielo abierto, con las protestas provinciales, quién quiere ocuparse del estilo presidencial que es más flamígero que nunca, como si allí el ajuste fuera meramente una cuestión cromática.

Además, la popularidad de la Presidenta se sostiene en rasgos que son aceptados casi por aclamación, si es que las encuestas reflejan lo que sienten los ciudadanos. No la deterioran el unicato ni el nepotismo, explicado como apoyo en sus leales y en ese conmovedor artefacto privado que no tiene nada que hacer en la política: la familia. Máximo Kirchner, de quien todavía no conocemos la voz, se ha convertido en sujeto de poder, un destino sorprendente, para no decir inmerecido. Hijo de la familia presidencial, llegó allí con ese único mérito, para acentuar el carácter cortesano de las costumbres cristinistas. La sucesión genealógica o el poder del nepotismo son rasgos monárquicos de las democracias imperfectas, los gobiernos sólo formalmente constitucionales, los nuevos regímenes surgidos de crisis, los populismos personalistas. 

La Presidenta tiene una idea del poder. Ella es el centro de un cosmos cuyo orden depende de que todos los signos le estén subordinados. Por eso, nadie puede hablar sino ella, los ministros sólo comunican cuando son autorizados, los diputados (que antes eran afables, como Agustín Rossi) no tienen que ir a la televisión. Ella unifica el mensaje y supervisa todos los detalles; ella convierte a cualquier hecho en acontecimiento o pasa por alto lo que se le antoja. Imagínense el tiempo que esto insume. No se trata de una actividad secundaria sino que sobre ella reposa la esencia misma de un poder que no acepta otra cualidad que la de ser absoluto (Louis Marin, El poder y sus representaciones ). 

Cristina Kirchner se designó como "arquitecta egipcia", es decir quien construye para un poder centralizado, total y teocrático. Se trata, por supuesto de una metáfora, pero se le ocurrió a ella, no a un crítico. Como arquitecta egipcia, Cristina interviene sobre la Casa de Gobierno consagrando allí nuevos espacios: el de los Patriotas latinoamericanos, el Salón de las Mujeres, etc. Hoy, la Casa Rosada se está convirtiendo en un parque temático bajo techo, cuya curadora es, ¿quién otra?, la Presidenta.

Pero mejor lo explica ella, con el estilo habitual a estas oportunidades, llano, doméstico y un poco adolescente. Confío en que los lectores aprecien la larga cita tanto como yo: 
"Cuando decidimos restaurar la original entrada de la Casa de Gobierno, la Casa Rosada... ustedes no saben lo que era esto, un sucucho, covacha, horrendo... decidimos los colores, con qué colores recibimos a los que vienen a nuestro país, con los colores de Argentina, por eso el celeste y blanco. Este celeste, habían pintado un celeste... ¿dónde están las arquitectas, las chicas? Ahí están. Habían pintado un celeste lavandina que era horrendo. Les dije esto es lavandina, no es celeste, yo quiero otro celeste, este celeste de la bandera, que finalmente fue logrado. Entonces digo ¿con qué los recibimos? Ya teníamos el Salón de los Científicos, el de la Mujeres, el de los Patriotas latinoamericanos, el de los Escritores y Pensadores, faltaban nuestros pintores y dije Pintores y Pinturas de la Argentina, y agregar a las pinturas marcos para que parecieran cuadros... eso se me ocurrió de los leds ... y la idea era hacer una filmación con todos los principales paisajes de la República Argentina. Ustedes habrán visto en algún momento, cuando se detenía la imagen, ahí viene, miren ahí, ese cuadro que está ahí al lado, fíjense sino parece una pintura muy parecida a esa que está ahí; porque los pintores terminan siempre de algún modo reflejando lo que ven, como los actores a la sociedad que viven y palpitan. Yo siempre digo que el arte está íntimamente vinculado con lo que nos rodea y si no, no es arte, podrá ser algún ejercicio personal de alguien pero tiene que estar directamente vinculado".

El párrafo es elemental, pero significativo. En veinte líneas, la Presidenta nos comunica sus intervenciones de decoradora egipcia y, de yapa, da sus opiniones sobre lo que debe ser el arte. No importa lo que diga, lo importante es que es la dueña de los espacios. Y, además, Cristina Kirchner quiere dejar su marca. 

En una sabia película de Roberto Rossellini, La toma del poder por Luis XIV , se escucha decir, más sintéticamente, al Rey Sol: "Versalles se convertirá en el templo de la monarquía y aquí trabajarán todos los artistas del reino; nada marca más la grandeza de los príncipes que la grandeza de los edificios".

Seguramente, Cristina Kirchner no vio esta película, porque cuando expone sus gustos se inclina en otras direcciones. Pero, como si la hubiera visto, sabe que todo debe convertirse en espacio simbólico y ceremonial. No consulta a los mejores arquitectos de su época (que construyeron la nueva fachada y los jardines de Versalles bajo Luis XIV). Su autosuficiencia le permite designar a las arquitectas de Casa de Gobierno como "las chicas", en el discurso que se acaba de citar. ¿Qué "chicas" se atreverían a discutir las elecciones cromáticas de la Presidenta? Un detalle encantador: la Presidenta que dice "todas y todos" como un mantra, se refiere a dos profesionales como "las chicas". La lengua es traicionera.

A Kirchner le daba lo mismo cualquier parte, aunque prefería el Salón Blanco. No tenía veleidades ni se interesaba por el simbolismo de los espacios. Su sucesora, en cambio, construye la pirámide del poder como su monumento material. Esa pirámide no depende de un móvil sistema de pactos y acuerdos, sino que es tallada en piedra "egipcia" (o estuco, tampoco vamos a exagerar).

Según los trascendidos, se ha suprimido el despacho del vicepresidente en la Casa de Gobierno y allí se alojaría un museo a Evita, que ya tiene museo en otro lugar de Buenos Aires. Total, Boudou, sin bromita alguna, debe adecuarse a lo que le toque, obedeciendo el viejo refrán de que a un caballo regalado no hay que examinarlo para ver si viene completo.

Por Beatriz Sarlo | Para LA NACION 

Las negritas y bastardillas corresponden al editor del blog.