La canción que se canta de despedida en la fiesta de San Fermín no podría llevar un nombre más apropiado: “Pobre de mí”.
Un miura es arrastrado fuera de la plaza tras la corrida, en Pamplona, durante la feria de San Fermín. (AP)
“Me encontré con esta imagen en el sitio español 20 minutos, y no sé qué decir, siento que la foto habla por si sola” me escribe José, mi amigo, en su e-mail. Y sigue: “Me quedé mirándola un buen rato, pensando en cómo se puede llegar a ser tan reverendamente imbécil y pensar que un bañadero de sangre y de crueldad de tal calaña puede llegar a ser divertido y, encima, motivo de fiesta”.
Inmediatamente después de haber leído sus breves líneas abrí el archivo adjunto con la foto en cuestión, y me encontré con un toro que yace rígido, abatido sobre la dureza del asfalto, con manchas de su propia sangre en las pezuñas delanteras, y hasta en sus cuernos ahora inermes, totalmente inútiles e inofensivos. Y para completar el cuadro, un manchón rojizo semicircular, una estocada cardenal sobre el suelo gris plomizo que, como pincelada indómita, parte desde la boca del miura y se extiende en forma de hoz, bien de muerte, hacia la nada.
En el espacio que queda entre la media luna de sangre y la bestia se adivina una pequeña hoja de color verde que adquiere, conjuntamente con su tallo, la forma de una horquilla. Es una suerte de i griega, casi perfecta, que brota como un único aliento de esperanza, como un grito de vida entre el horror que ha dejado la fiesta, el embriague, la corrida, la estupidez, el salvajismo y la incultura de San Fermín.
"Probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza -escribió Cortázar-. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose".
Termino, perplejo, de recorrer una y otra vez la imagen, y la verdad es que no sé si tengo más que agregarle a las palabras de mi amigo.
Me pregunto internamente si un santo, si ese santo, Fermín, que no es patrono de la ciudad -el patrono es San Saturnino-, vitorearía semejante insensatez, considerada, para colmo, como uno de las mejores celebraciones del mundo -junto con los carnavales cariocas y la fiesta de la cerveza de Munich-, y si se alegraría al saber que semejante carnicería y rusticidad medieval son coronadas con su nombre.
Tampoco puedo dejar de preguntarme dónde están, durante la festividad y sus atrocidades, las voces de repudio de aquellos que dicen defender la vida desde el momento de su concepción, y que no tienen ningún empacho en condenar, humillar y excomulgar, siempre que el juicio no los comprometa políticamente, a cualquier pobre diablo rotulado por ellos mismo de pecador.
Ya a punto de cerrar estas palabras, voy al diccionario de María Moliner. “Miura”, escribo en el buscador. Paradójicamente, encuentro que, por alusión a los toros de la ganadería española de Miura, el término (miura) se emplea a personas de malas intenciones. Es todo tan curioso.
La tarde y la pequeña historia de la corrida se van cerrando, a la manera de un círculo. Y ahora sí, siento que ya no tengo nada más que agregarle a las palabras de mi amigo.
El frio persiste allá afuera. Aquí adentro sólo resuenan el silencio y, dentro de él, unas palabras del poeta Jorge Guillén que, oportunas, rezan: “Veo la paloma herida, y me duele el cazador”.
Si acaso es cierto aquello de que el nombre es arquetipo de la cosa, la canción que se canta de despedida en la fiesta de San Fermín no podría llevar un nombre más apropiado: “Pobre de mí”.
El 24 de julio, cuando termine la fiesta, cántenla a viva voz mis cazadores; y que la letra, pero más especialmente el nombre de esa canción, resuene fuerte, a viva voz, en sus atormentados corazones.Visto en siendo-humanos.blogspot.com
Fuente: Escrito hace 3 años por Ignacio Escribano.
Todo sigue igual. Depende de nosotros provocar el cambio de paradigma...
Si querés saber de verdad qué ocurre con un toro en la "fiesta brava", te pido que leas este post destacado: ¿Fiesta brava o tortura sádica?