El sobrepeso y la obesidad se ha convertido en una epidemia global. La sedentarización y la vida llevada con un stress constante hacen que millones de personas en el mundo alteren su metabolismo y caigan en el peligrosísimo sobrepeso o en el peor de los casos, obesidad.
El factor genético es importante a la hora de analizar si una persona tiene predisposición para ser obesa o ganar peso fácilmente. Pero este factor es controlado sencillamente si cambiamos los hábitos de manera definitiva.
Ud. ya saben que quien escribe es vegetariano hace ya un tiempo por decisión filosófica pero que obviamente trajo innumerables ventajas para la salud. Un tiempo antes de tomar esta decisión, más de un año y con 27 años, tuve una presión arterial de 140-90. Pensarán que siendo la normal 120-80 no era para tanto pero no es así. Una prehipertensión a esa edad, es el comienzo para desarrollar enfermedades coronarias y cimentar las bases para una hipertensión arterial que condiciona de manera definitiva la salud de una persona.
Soy una persona de físico grande, mido más de 1.85 y el sobrepeso que tenía no se notaba mayormente. Sin embargo eran 19 kilos que hoy ya no tengo. La balanza hoy acusa 74 kilos saludables, con los controles periódicos que corresponden para prevenir cualquier situación.
Sobre cómo bajé ese sobrepeso y controlé mi presión arterial
Soy una persona curiosa por lo que leí bastante antes de acudir a mi médica nutricionista para la consulta. Por lo que cuando llegué ya había comenzado a aplicar lo que entendía era un cambio de hábito y no una dieta para matarse de hambre.
Básicamente todo se resumió a un factor importantísimo. Comenzar a desayunar y merendar. Cosa que obviamente no hacía, cayendo en almuerzos y cenas hipercalóricas, con atracones incluídos. Inicialmente reemplacé el azúcar por edulcorante para bajar la cantidad de calorías totales e incluí más vegetales y fibra en la dieta (recuerden que para esa época no era vegetariano).
En 8 meses había bajado 13 de los 19 kilos que perdí para siempre. Sin matarme de hambre, comiendo sano y sin atracones. Había reeducado mi metabolismo y controlada mi presión. Al poco tiempo tomé la decisión de convertirme al ovolactovegetarianismo y en medio año, bajé los kilitos de más que ya ni se notaban pero que estaban presentes.
Esta decisión de salvar mi corazón de una inminente acción destructiva por parte de una hipertensión visible fue posible gracias a tomar conciencia de lo que significa vivir saludablemente. A estos cambios le sumé la actividad física que no practicaba desde hacía ya varios años y que amenzaban claramente mi salud. Una caminata diaria es increíblemente saludable.
Les dejo una recomendación de la licenciada nutricionista Viviana Viviant, palabra autorizada si las hay:
SALTEAR EL DESAYUNO...un mal comienzo! Uno de los errores más habituales es no desayunar; muchas veces por ignorar la importancia que tiene esta comida, especialmente para los niños. Tres de cada cuatro chicos en edad escolar no desayunan adecuadamente. Más allá de las clases sociales, el desayuno no se encuentra dentro de las conductas alimentarias habituales de nuestra población o “en el mejor de los casos” suele ser nutricionalmente pobre; lo cual ocasiona sensación de cansancio, cefalea, menor rendimiento y capacidad de atención. Estudios recientes en niños observan que los que desayunan responden mejor a pruebas cognitivas de atención, memoria, asociación de palabras y ejercicios de resistencia física, que los que no lo hacen. Y, se pudo comprobar que los que realizaban el desayuno tenían una mayor concentración y mostraban más capacidad de reacción y resistencia. Entonces, para sintetizar su importancia: el desayuno repone nutrientes y energía necesarios para comenzar un nuevo día y contribuye a prevenir la obesidad; ya que cuando se saltea esta comida se corre el riesgo de comer demás el resto del día y de elegir alimentos con alto contenido de grasas y/o azúcares. Un desayuno saludable debe aportar entre el 15 y 20 % de las recomendaciones de calorías según la edad, debe contener leche, yogur o quesos descremados, cereales o derivados, es decir, copos para desayuno o avena, barritas de cereal, pan integral, frutas o jugos de frutas.