Kempf acaba de publicar su segundo libro, Para salvar el planeta hay que salir del liberalismo, sobre la devastación de los recursos naturales. Plantea que para diseñar políticas ecológicas hay que priorizar valores opuestos a los que rigen el ordenamiento económico y social del mundo.
Por Eduardo Febbro
Desde ParísCon una gran capacidad pedagógica y sin caer jamás en la histeria anticapitalista o en la denuncia incendiaria embebida en otras ideologías, Kempf plantea una evidencia ante la cual el ser humano cierra los ojos: la humanidad se dirige hacia su pérdida llevada por un modelo político y económico que terminó por contaminar y agotar la esencia misma de la vida. ¿Cómo sobrevivir a semejante cataclismo? De una sola manera, dice Kempf: rompiendo las amarras que nos ligan al capitalismo. Kempf demuestra que el capitalismo actual, enredado por la corrupción, la gula, la ceguera y el apetito especulativo de sus operadores es el responsable de la crisis ecológica que amenaza la existencia misma de nuestra aventura humana. El único remedio es, dice Kempf, romper su lógica, restaurar e inventar otros valores antes que un cataclismo nos trague a todos. Hoy, el sistema capitalista ni siquiera es capaz de garantizar la supervivencia de las generaciones futuras. Para salvar el planeta hay que salir del liberalismo saldrá en la Argentina en el primer semestre de este año siempre en las impecables e indispensables ediciones de Libros del Zorzal.
–En su libro anterior, Cómo los ricos destruyen el planeta, usted expuso un aspecto del saqueo de nuestro planeta. En esta segunda obra, usted formula a la vez una denuncia implacable sobre los estragos causados por el sistema al planeta y propone una metodología para atenuar la crisis del medio ambiente.
–Estamos al mismo tiempo en una situación de crisis ecológica extremadamente importante, con una dimensión histórica nunca vista antes, y en un sistema económico que no cambia pese a que todos los indicadores ecológicos están en rojo. La clase dirigente, que yo llamó la oligarquía, eligió no tomar las medidas necesarias para atenuar la crisis ecológica porque quiere mantener sus privilegios, su poder y sus riquezas exorbitantes. La oligarquía sabe perfectamente que para ir hacia una política ecológica habría que poner en tela de juicio sus ventajas. Para la filosofía capitalista todas las relaciones sociales están garantizadas únicamente por el intercambio de mercaderías. Para salir de esa situación y volver a una política ecológica y de justicia social hay que trabajar los valores de cooperación, de solidaridad, de bien común, de interés general.
–Hay así dos cataclismos simultáneos: el agotamiento del sistema económico y el agotamiento de los recursos naturales y los cambios del clima. Ambos podrían desembocar en un enfrentamiento.
–Ya estamos constatando ese enfrentamiento. La oligarquía mantiene un modelo cultural de hiperconsumo que difunde al conjunto de la sociedad a través de la televisión, la publicidad, las películas. Ese modelo tiene que cambiar, pero está tan arraigado en la manera de vivir de la oligarquía con su enorme acumulación de riquezas que ésta se opone a esos cambios. Un millonario nunca aceptará andar en bicicleta porque su modelo, su poder, su prestigio, es el auto caro. Si queremos atenuar la crisis ecológica, ése es el modelo que debemos romper. Es necesario reducir el consumo material y el consumo de energía. Estamos entonces en plena confrontación entre la ecología y la justicia, por un lado, y, por el otro, una representación del mundo totalmente inadaptada a los desafíos de nuestra época.
–¿Acaso la defensa del medio ambiente, todo lo que está ligado al clima, no puede llegar a convertirse en una nueva forma de plataforma política pero ya no marcada por la ideología?
–Desde luego que sí, tanto más cuanto que estamos en una situación histórica que nos impone esa plataforma. La crisis ecológica que estamos viviendo es un momento histórico. Es la primera vez en la historia de la humanidad que la humanidad se topa con los límites de los recursos naturales. Hasta ahora, la naturaleza nos parecía inagotable, y ello permitió la aventura humana. Pero desde hace una generación comprendemos que hemos llegado a un límite, entendemos que la naturaleza puede agotarse y que la humanidad, la civilización, debe establecer un nuevo lazo con su medio ambiente, con la naturaleza, la biosfera. El momento es a tal punto histórico que en un corto plazo, 20 o 30 años, éste es el tema que dominará todas las cuestiones políticas. Ese es el elemento clave de toda política que, sin ideologías, busque definir un post capitalismo ecológico y social. En no más de dos décadas debemos cambiar nuestra sociedad para enfrentar el desafío del muro ecológico al que la cultura humana está confrontada. Estamos obligados a realizar una mutación cultural, no sólo en la forma de concebir la sociedad, es decir, el desprendimiento de esa cultura capitalista que se volvió mortífera, sino también en la manera en que interrogamos la cultura occidental y esa dicotomía existente entre naturaleza y cultura. Hemos pasado a otro momento histórico.
–Pero hoy tenemos una suerte de paradoja general: estamos en un sistema capitalista ultra individualista y competitivo al mismo tiempo que vivimos en una sociedad de colectivización de la información y de contacto a través de Internet.
–Internet y la comunicación directa entre individuos no tienen aún el suficiente contrapeso. El poder capitalista no sólo controla los flujos financieros o el poder económico, también controla los medios de comunicación y ello impide que exista una verdadera expresión de la crítica social o la difusión de visiones alternativas. Internet es, por el momento, una sopapa de seguridad a través de la cual la crítica social y la crítica ecológica, que ahora empiezan a ir juntas, comienzan a tener canales de información independientes. Sin embargo, por ahora esa utilidad es mucho menos potente. Las capacidades de información alternativas de Internet o de los libros y revistas son todavía débiles frente a los medios dominantes, en especial la televisión, que está en manos de la oligarquía y que imprimen en la sociedad una visión controlada, dirigida y convencional de las cosas.
–Usted señala también los límites de la ilusión tecnológica. Usted demuestra cómo la oligarquía nos hace creer que la tecnología va a resolver todos nuestros problemas y cómo y por qué se trata de una mera ilusión destinada a perpetrar el sistema.
–El sistema capitalista quiere creer que vamos a resolver los problemas, en particular el del calentamiento global, recurriendo a los agrocarburantes, a la energía nuclear, a la energía eólica y a unas cuantas tecnologías más. Es cierto que esas tecnologías pueden jugar un papel, pero de ninguna manera están a la altura del desafío que nos plantea el calentamiento del planeta. Y no es posible que sea así porque, por un lado, el plazo y la dificultad para llevarlas a la práctica requieren demasiado tiempo para asumir las transformaciones necesarias. Los cambios climáticos se producen ahora a una velocidad muy alta y de aquí a unos diez años ya tenemos que haber cambiado de rumbo. Por otra parte, todas esas técnicas, si bien algunas tienen efectos favorables, también tienen efectos secundarios muy dañinos que no podemos ignorar. Resulta obvio que es necesario seguir investigando nuevas tecnologías, pero no podemos poner la tecnología en el centro de las acciones que deben emprender nuestras sociedades. En lo esencial, para prevenir la agravación de la crisis ecológica es preciso reducir el consumo material y el consumo de energía. Esa es la solución más directa. Pero ese cambio profundo de orientación de nuestras sociedades sólo se hará si el esfuerzo es compartido de manera equitativa, y ello pasa por la reducción de las desigualdades. Nadie aceptará cambiar su modo de vida si al mismo tiempo seguimos viendo a millonarios con Mercedes enormes, barcos gigantescos y aviones privados. Aclaro que reducir el consumo material y de energía quiere decir que vamos a desplazar, a reorientar nuestra riqueza colectiva.
–Usted dice al respecto que el porvenir no está en la tecnología sino en el armado de una nueva relación social.
–La cuestión que está en el centro de nuestras sociedades consiste en saber cómo los individuos se piensan a sí mismos y cómo piensan a los demás. Por eso debemos salir de esta visión individualista y competitiva, de esa visión del crecimiento indefinido. La pelea se juega en la cultura: se trata de saber qué es lo que define una conciencia común.
–Usted se burla con mucha pertinencia de ese discurso de protección del medio ambiente que tiende a hacer de cada individuo un militante ecologista siempre y cuando éste lleve a cabo ciertos gestos –dividir la basura, por ejemplo– individuales. Usted define ese método también como un engaño de la oligarquía.
–Sí, hay un discurso que dice “si cada uno de nosotros hace un esfuerzo” eso resolverá las cosas. No. Desde luego que consumir menos agua y andar menos en auto ayuda, pero ese enfoque individualista no resuelve nada. ¿Por qué? Pues porque en el fondo hay una cuestión política: si yo decido circular en bicicleta pero el gobierno y las grandes empresas deciden construir nuevas autopistas de nada servirá que yo circule en bicicleta. Además, decirle a la gente que es ella quien hará avanzar las cosas con pequeñas acciones individuales equivale a permanecer en el esquema individualista, que es el del capitalismo. No resolveremos nada con soluciones individualistas sino mediante una concertación colectiva y con actos colectivos.
–Para usted existe un lazo primordial entre la crisis ecológica y la libertad, por eso resalta que es importante salvar la libertad contra la tentación autoritaria del capitalismo.
–En el curso de su historia, el capitalismo estuvo asociado a la libertad, a la democracia. Incluso en el período de la Guerra Fría el capitalismo estaba asociado al mundo libre y a la democracia en su lucha contra la Unión Soviética. Pero luego de la desaparición de la URSS, el capitalismo perdió su enemigo. Ahora empezamos a notar, en el pensamiento de la oligarquía, una negación de la democracia y un abandono de la idea según la cual la democracia es algo positivo. Estamos en un período donde los capitalistas no están de acuerdo con la democracia. Al contrario, consideran que la democracia es para ellos algo peligroso porque, evidentemente, una sociedad democrática pone en tela de juicio el poder y, por consiguiente, pondrá en peligro la oligarquía. Hemos tenido un ejemplo de ello con la administración de George Bush. Las democracias de los países del Norte, Estados Unidos y Europa, están cada vez más enfermas, más debilitadas.
–¿En qué plano se inscribe la ecología en esta crisis de la democracia?
–Las tensiones ecológicas se están agravando cada vez más y al mismo tiempo la oligarquía persiste en querer mantener un orden social basado en la desigualdad. La tentación de recurrir a medios cada vez más policiales es cada vez más grande: vigilar la población, a los opositores, tener ficheros inmensos, mandar mucha gente a la cárcel, a cambiar, restringiéndolos, los textos de ley relativos a las libertades individuales y de expresión. Si la sociedad no se despierta y no logramos que avancen nuestras ideas sobre la justicia social para hacer frente a la crisis ecológica, la oligarquía, enfrentada al peligro ecológico, caerá en la tentación de utilizar medios más y más autoritarios.
–Eso fue lo que vimos en directo en la conferencia sobre el clima que se llevó a cabo en Copenhague. ¡La policía reprimió a mansalva a los representantes de las ONG invitadas por la misma ONU! ¿Acaso Copenhague no ha sido una visión de nuestro futuro?
–Absolutamente, es así. En Copenhague se operó además una convergencia entre el movimiento ecologista y los militantes antiglobalización, movimiento basado en los valores de justicia social. Eso quiere decir que ahora la cuestión del cambio climático se plantea en términos políticos. Lo segundo, hubo muchas manifestaciones, a menudo muy alegres, imaginativas y no violentas, que fueron reprimidas de manera tan sutil como peligrosa. En Copenhague vimos la experimentación de una suerte de dictadura blanda que la oligarquía está aplicando. Copenhague ha sido una cita importante porque allí se afirmó algo esencial: la contrasociedad se manifestó allí de manera mundial.
Hervé Kempf, periodista de Le Monde, especializado en la defensa del medio ambiente.
Diálogo para Página 12.