Vale la pena pensar esos insultos, detenerse, parar la pelota y aplastarla contra el piso. Aunque sea para tratar de entender el vómito de odio y la promesa de revancha contra “los medios” (esa entelequia). Aún cuando hay progresistas que le niegan importancia a lo que definen como un mero problema de malos “modales”, esta sociedad debe diagnosticar las razones del odio cuando esa emoción fuerte y terrible se muestra desnuda, sin maquillaje. Cometido nauseabundo, pero de perentoria necesidad: ¿por qué brotan esos fluidos malignos, esa expectoración espesa y repelente?
Maradona no es Maradona. No es, al menos, sólo Maradona. Cuando de sus ojos encendidos de ira maligna emerge la promesa de vendetta, vemos más que su corta y ancha silueta. Ratificada su proverbial inquina contra la prensa, no sirven los alegatos corporativos genéricos en defensa del oficio periodístico. No en este espacio, no con esta firma, no en mi nombre.
No me preocupa que un mero técnico de fútbol expela sin control de esfínter su ira eterna contra cronistas balbuceantes y obvios, ni contra relatores demagogos y prebendarios. Zamarrear a la tropa de muñecos de torta que lo llamaban “dios” o “el 10”, está en la naturaleza bárbara de mucho de lo que acontece en la Argentina. El problema proviene de otra parte y suscita interrogantes mayores.
El vómito de desprecio al periodismo (y no sólo a los muchos mediocres y prescindibles que lo perpetran) replica un clima que ha penetrado el discurso cotidiano de la Argentina.
Lo que Maradona demostró tras la derrota del seleccionado uruguayo de fútbol es que los Kirchner han tenido éxito en su pertinaz y dilatada campaña para dañar al periodismo argentino. Néstor Kirchner se hizo conocido por su apotegma célebre, que ha quedado en letra de molde impresa con tinta: “Los periodistas son unos pobres tipos que me dan lástima”.
Esta obscena regurgitación de vitriólico resentimiento evidencia la matriz autoritaria del discurso “contra-los-medios”. La vomita quien ha vilipendiado en público a trémulos periodistas jóvenes, pero acompañado de corifeos que le hacían el “aguante”. Kirchner retaba a los reporteros y los amenazaba en términos patoteriles: yo-sé-quién-te-manda.
La esposa de Kirchner ha sido más cáustica, pero igualmente despreciativa: en más de una oportunidad la Presidenta dio lecciones de periodismo a los incorregibles escribas que le preguntan lo que ella no quiere contestar, docencia que no ejerce cuando se deja reportear por Naomi Watts o por medios de países centrales que la fascinan con la promesa de celebridad.
Ambos, a su manera y con sus recursos culturales, han perfeccionado el arte de agredir y la noción de que la información y quienes a ella se dedican somos merecedores del infierno, en la forma del escarnio directo o –al menos– de la negación más cerril.
Los Kirchner encarnan el sueño de un país sin periodistas. Como nos dijo esta semana el diputado Agustín Rossi en Le doy mi palabra, los periodistas somos una gente digna de desprecio porque nos dedicamos a incomodarlos. Este poder instalado desde 2003 no quiere gente de prensa que produzca incomodidad a quienes retienen las palancas de mando. Este poder quiere un mundo sin tipos incomodantes.
Más truculento aún, reclutaron para verter sus viscerales desprecios a una nutrida corte de profesores universitarios y habitantes del mundo del espectáculo que ahora atacan con fruición a los “grandes medios”, que viven convocándolos y entrevistándolos, pero a los que, extrañamente, quisieran ver liquidados. Hay que decirlo: una falange de actores, músicos y docentes de ciencias sociales, acompañados de una también considerable escuadra de periodistas, han sentido lúgubre pasión por volverse en contra de los medios como totalidad. Disfrutan una curiosa sensación de revancha consumada cuando desde el aparato del Estado se despotrica sin matices ni contexto contra el periodismo, un oficio en el que sólo ven mercenarios.
También en el Congreso, caja de repercusión del clima de época, variados exponentes del zoológico político nacional creyeron conveniente y oportuno asociarse al escarnio del periodismo. Representativo del fenómeno es Ramón Saadi, siempre oportuno aliado de los Kirchner, convencido de que el periodismo “le” armó el caso de María Soledad Morales y que, al igual que muchos otros legisladores, tartamudea arquitecturas dialécticas destinadas a mostrar lo diabólicos, todopoderosos, manipuladores y mentirosos que somos los periodistas.
Los Kirchner y Maradona insultando al periodismo generaron sus émulos menores, viejos rencores ya rancios pudieron ser expelidos y ventilados. Tan alevosa y deliberada es la decisión oficial de ir “a por los periodistas”, que el Canal 7 manejado por la Casa Rosada emite un programa de propaganda oficial donde gente pagada por el Estado se consagra a diario a rebuznar contra los medios.
Así se comprende a este Maradona con el pelo teñido, su balón intragástrico y siempre reemplazables aros de brillantes, infaltables aunque el fisco italiano se los arranque a cuenta de lo que quedó debiendo y no piensa pagar. Ese “dios” que derrama odio y violencia es un epifenómeno retardado de este tiempo de desprecio. Agréguesele el infaltable epíteto que demuestra qué “progresista” este admirador de Fidel y el Che: los periodistas somos “putos”, dice, frase que le sale de la misma boca que elogió en público y desde su propio show de TV al convicto y confeso golpeador de mujeres Mike Tyson.
Para un país para cuyo Gobierno y cortesanos el mundo sería mucho mejor sin periodistas, nada mejor que un odiador empedernido como Maradona. Lo mismo se fotografía con Menem que con Cristina Kirchner, sabedor de que, en una de ésas, no hay grandes diferencias. Enuncian y postulan un odio oscuro y ominoso. Nada demasiado diferente a lo que Yabrán percibiría en José Luis Cabezas: el informador como enemigo. Eso somos al parecer hoy los periodistas en la Argentina: el enemigo. O como diría el “dios” Maradona, unos putos.
Por Pepe Eliaschev, para perfil.com