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Beatriz Sarlo | Para LA NACION
Tanto se habla del "relato" que muchos aceptan que una narración todopoderosa sea la llave maestra del pensamiento K. Si por relato se quiere decir que Cristina Kirchner ha cambiado su propia historia personal, acercándose cada vez más al pasado que hoy le habría gustado vivir, en efecto, allí hay un relato embellecedor(militante setentista arriesgada, y no simplemente activista universitaria que se refugia en la Patagonia para reciclarse como abogada exitosa). Pero la eficacia de un discurso político no depende sólo, ni siempre, de una narración.
Es cierto que la política necesita de "ficciones", pero su discurso está muy lejos de agotarse en ellas. Hay más que relatos. Hay ideologías que no son reductibles a una secuencia de peripecias; hay conductas repetidas que se sostienen en discursos no narrativos.
Hay tradiciones e identidades, hay modos de pensar y de sentir: "formas de la mente", se las ha llamado. El relato es menos que todo esto; en realidad, el relato es posible porque todo esto lo organiza, le da una dirección, una moral, personajes. No al revés.
Un rasgo típicamente kirchnerista es la organización de los hechos según un esquema vertical de amigo-enemigo, donde el mal está definitivamente de un lado y el bien, el valor y la virtud, del otro. Amigo y enemigo pueden variar según los relatos que se utilicen para representarlos. Lo que no cambia es el eje del mal que los separa. Esta división clara y fácilmente comprensible es atribuida a la influencia de Ernesto Laclau y su teoría del populismo. Se simplifican demasiado las complejidades teóricas de Laclau. Sus textos no son guías para la práctica, sino interpretaciones.
Por eso, no me parece interesante demostrar que la Presidenta ha leído a Laclau, aunque haya recibido, según se deja trascender, su influencia intelectual. Los libros de Laclau demandan un entrenamiento en filosofía política y teoría psicoanalítica, de Schmitt a Lacan, parte baja. Los reportajes de Laclau, en cambio, son una versión sencilla de sus tesis principales, que no ponen a sus lectores en la obligación de entender una compleja teoría de la hegemonía. Los que siguen a Laclau por los medios (reportajes gráficos y en los canales públicos) pueden, más fácilmente, captar que la hegemonía consiste en que un sujeto o un interés particular se convierte, por la acción política, en representante universal. Justamente el sueño filosófico de Cristina: ella como nombre que sintetiza a todos y todas.
Quizás en fascinantes e hipotéticos diálogos entre la líder y su filósofo esto haya iluminado la matriz conceptual (preexistente) del cristinismo. Por otra parte, la intransigencia presidencial, su autocentramiento son anteriores a que el académico argentino radicado en Gran Bretaña se convirtiera en escritor faro de la teoría K. La Presidenta tiene una mentalidad política formada, como la de casi todo el mundo, con retazos que, además, se tejieron con su historia dentro del peronismo, sus experiencias de gobierno y las de su marido, y esa zona más difícil de definir, pero que pesa, digamos: un temperamento.
La Presidenta es una jacobina, a la medida, claro está, del teatro político local. Jefa de un gobierno sobre el cual caen muchas impugnaciones y sospechas, es una rara jacobina que prescinde de esa moral implacable, cuyo sostenimiento hizo que Robespierre recibiera el nombre de "el Incorruptible". Pero, como escribe Remo Bodei de los jacobinos franceses, está convencida de que gobierna en "circunstancias extraordinarias", provocadas por enemigos internos o externos, a las que, por lo tanto, corresponden "condiciones de excepción" en el ejercicio del poder. Para el jacobinismo las circunstancias son siempre extraordinarias, igual que para Cristina Kirchner. Los seguidores de la Presidenta, ese grupo de encandilados por la misión desmonopolizadora, ejercieron esta semana un jacobinismo a la medida de las posibilidades.
CARÁCTER ABSOLUTO
El "vamos por todo" tiene ecos jacobinos. Hay que detenerse en esa fórmula belicosa, que la Presidenta alienta. Quedará en la historia política junto con otras de igual carácter absoluto. No es simplemente una consigna. Quienes todo el tiempo analizan, justamente en los medios oficialistas, los discursos políticos opositores, no pueden, de buena fe, negarle su carácter amenazador. "Vamos por todo" dice lo que quiere decir, porque, además, no lo canta sólo la tribuna en un arrebato de entusiasmo. Allí están los planos de televisión donde la Presidenta la comunica, la pide, la celebra, la gesticula.
La historia argentina ha pasado por otros momentos del "vamos por todo": en 1955, cuando una alianza cívico-militar derrocó a Perón, también se fue por todo y vivimos 18 años de proscripciones, injusticias, golpes de Estado. La dictadura de 1976 también vino por todo; se pensó fundacional y, con esa certidumbre, también fue por miles de desaparecidos, muertos, presos y torturados. Nada une ideológicamente a la Presidenta con estos dos hechos malditos. Repito, por si no se entendió: nada une a la Presidenta con estos hechos. Sin embargo, cuando Cristina Kirchner se agita bajo el influjo del "vamos por todo", está pisando un territorio peligroso donde se excluye al otro.
Hay que tomar en serio el "vamos por todo". No es un relato, es una explícita declaración de intenciones. No es un subterfugio narrativo para engañar a partidarios ni a enemigos. Es algo que la Presidenta y sus lealesdesean y creen que puede obtenerse. Ir por todo implica no dejar nada a nadie: a los enemigos ni justicia. Así se cierra el círculo vicioso de la virtud jacobina en su versión criolla.
Pese a este temperamento político, ¿podría la Presidenta atenuar el rigor del "vamos por todo"? Cristina Kirchner no militó en la izquierda revolucionaria de los años setenta, una de cuyas fracciones, la pro China, leía a Mao Tse-tung. De allí viene uno de los más fieles escuderos de los Kirchner, que los acompañó en la larga marcha desde Santa Cruz hasta Buenos Aires: Carlos Zannini. También yo estuve en el maoísmo; lo aclaro antes de que alguien tenga que consultar mi carpeta en alguna parte.
Dos libros de Mao fueron sagrados en esos años: A propósito de la práctica y A propósito de la contradicción . Este último, sobre todo, publicado en 1937, se leía como un manual de acción política. Es un texto pensado para un gigantesco ejército y partido de origen básicamente campesino. Fue pedagogía de millones, y los maoístas occidentales lo venerábamos. En A propósito de la contradicción , Mao explicaba, como giro inédito de la dialéctica para convertirse en doctrina de multitudes, que, a fin de resolver correctamente un problema es necesario distinguir la presencia de dos tipos de contradicciones: la principal y las secundarias. El político (el partido) al diagnosticar la contradicción establece un campo enemigo y un campo propio, de amigos y, eventualmente, de posibles aliados. La contradicción principal debe regir todos sus movimientos. Si el político se equivoca en el señalamiento de la contradicción principal, su estrategia está destinada al fracaso. O sea que, pese a la simpleza del argumento, la ciencia del político es la de ese diagnóstico.
La Presidenta, durante todos estos años, parece moverse con la idea de una contradicción principal, que subordina todo lo demás. Esto fue bien evidente con la ley de medios audiovisuales. Pero, justamente (no se lo señaló Zannini, que quizá lo haya olvidado), pasó por alto todos los aspectos de esa contradicción y sobre todo se equivocó al convertir el enfrentamiento con Magnetto en su propia contradicción principal. Erró el diagnóstico, designó al Grupo Clarín como enemigo principal y subordinó todo lo demás a este enfrentamiento. Fue una especie de maoísta equivocada.
LA POLÍTICA COMO GUERRA
Es difícil no equivocarse si, a la trama hecha de complejidades superpuestas de la política actual, se la piensa en términos binarios, provengan de donde provengan. Hace muchos años, el dirigente e intelectual comunista italiano Pietro Ingrao discutió con los más doctos de la izquierda que leían a Carl Schmitt (una de las fuentes filosóficas de Laclau). Ingrao se oponía a una vulgata filosófica de Schmitt que identificaba política y guerra. Juan Carlos Portantiero me acercó entonces una intervención de Ingrao que llevaba como título "Contra la reducción de la política a guerra". Ingrao no responsabilizaba directamente a Schmitt de esa reducción fatal, sino que polemizaba con algunos de sus seguidores. Pensaba que éstos entendían la política "exclusivamente como dominación", cancelando las soluciones concertadas y la participación. Anulaban, de este modo, las fuentes de la legitimación política. En el fondo, Ingrao creía descubrir la amenaza de la fuerza. Si se concibe a la política sólo como enfrentamiento, se pasa por alto la articulación del poder en las sociedades del capitalismo avanzado. De este modo, se congela el conflicto y se obstaculiza el surgimiento de soluciones dinámicas, en evolución, porque todo se juega a una victoria final. Se tiene, finalmente, una idea estática de la hegemonía. Los planteos de Ingrao parecen hablar directamente al teatro político argentino y describir un modo de acción del cristinismo.
Cuando la Presidenta "va por todo" pisa el territorio del absoluto. Y el absoluto es siempre bélico, aun cuando las formas de la guerra no sean las de la violencia reaccionaria ni las viejas formas de la revolución. La agresividad de los discursos presidenciales no sería, entonces, sólo efecto de un temperamento político. Si un sujeto político "va por todo", ¿qué queda para otro sujeto que no forme parte de ese afortunado colectivo?
La reelección indefinida es necesaria para un "vamos por todo" extendido en el tiempo e irrevocable. Esto lo expresa claramente otra consigna K: "Cristina eterna", para la cual todavía no he encontrado una teoría diferente a la de las reelecciones indefinidas de otros países americanos y de las provincias argentinas. Habrá que consultar los manuales de filosofía política leídos por Alperovich.
CRISTINA DIXIT
Enfrentamientos en cadena nacional
En sus discursos, la Presidenta ha identificado con claridad a sus sucesivos antagonistas: el sindicalismo, los "medios hegemónicos", el Grupo Clarín y algunos periodistas, el FMI y los fondos buitres, las corporaciones y, en particular en los últimos tiempos, la Justicia, un reclamo impulsado por los ecos del 7-D.
- "Cuando a algunos les fallan los fierros mediáticos intentan construir fierros judiciales para poder tumbar".
- "Como Presidenta me comprometo a impulsar un proceso de democratización de la justicia"
- "La cadena ilegal del desánimo y el temor tiene fecha de vencimiento: el 7 de diciembre"
- "Me gustaría de corazón que todos los dirigentes, principalmente aquellos que dicen representar a los trabajadores, estuvieran preocupados por preservar y proteger las fuentes de trabajo"
- "Mientras sea Presidenta se podrán quedar con la Fragata Libertad, pero ningún fondo buitre se va a quedar la soberanía y la dignidad de este país".
Fuente:
La Nación